Hoy he leído en un
blog que el mundo se divide en dos clases de personas: los que recuerdan el papel “El elefante” y los que no.

Yo soy de las que lo recuerdo, claro. Y curiosamente este papel ha salido como tema en más de una ocasión en esas reuniones familiares o con amigos en las que la sobremesa se alarga y se llena de conversaciones triviales y jolgoriosas. Nuestros hijos no se lo imaginan. Claro, ellos tienen papeles suavecitos (que ya está bien), perfumados (que ya me diréis para qué), con dibujos (totalmente innecesario) y de colores (debe ser para que vaya a juego con el alicatado del baño…). Y si se va al campo, con los Kleenex en el bolsillo (toda una revolución cuando aparecieron, que aunque parece que siempre han estado con nosotros, no es así). ¿Quién se iba a frotar con una piedra, con hierbecitas o en el mejor de los casos con un papel de periódico? (Que por cierto, al papel de periódico se le daba este uso y también el de envolver bocadillos. ¡Riámonos del multiuso y la multifunción XDDD!
Mis padres, a veces cuando nos quejábamos por cualquier tontería, nos decían: ¡Una guerra tendríais que haber pasado! Pero claro, ¿qué le podría decir yo a mis hijos cuando teniendo todo lo que tienen son incapaces de valorar nada?